sábado, 1 de octubre de 2011

¿Hasta dónde?

Y el orgullo…
Se siente raro que los hechos perpetrados por ajenos resulten en orgullo propio y hasta en ocasiones se “sienta parte” de los méritos, en este caso el padre orgulloso de su hijo, tema de discursos, palabrerías y hasta fanfarronadas en los asados donde los carnívoros muestran sus dientes con el discurso de las proezas de su hijo. Quizás en algunas ocasiones hasta agigantándolas un poco, después de todo a nadie le gusta perder y esto del orgullo de los padres en la charla entre familias tiene tonalidad de hasta competencia. Los niños, impávidos miran y hasta se sienten parte del juego (y como dije antes, ningún jugador quiere perder) y compiten en el juego de “quién más exitoso” teniendo como jueces de la competencia a sus cuidadores que dictan su sentencia adentro de su conciencia en frases como: “si hago esto mi papá me mata” que reemplaza a un más pertinente “yo no quiero hacerlo”.
El orgullo de padre se va sedimentando en el hijo como un camino ideal a seguir. Como un modelo de vida con el que cumplir todo lo realizado por aquéllos en los primeros años, cuando por sí sólo difícilmente subsistiría sin su ayuda. El pago al sacrificio de la madre, al acompañamiento del padre, el cuidado de los primeros años, el cariño recibido, la enseñanza. Todo, todo se traduce en un pago que va llenando la bolsa de la expectativa y el chico va haciendo crecer el zapato de su vida para llenar esa talla. Lo sublime de acompañar el crecimiento de un nuevo ser se transforma en una especie de pago simbólico. Hasta ahí a calado este capitalismo que convierte en medio de pago hasta a nuestros actos, hasta los que deberían ser más desinteresados, convirtiendo la mística de la vida en una deuda que se traduce en un camino a seguir como el medio de pago e impide la individualidad, en el buen sentido, reemplazándola con aquélla que genera una competencia entre los sujetos. Primero, fomentada por los progenitores en rol de acreedores que presionan a su deudor cada vez que creen que su deuda se ve amenazada por la exploración de caminos que resultan peligrosos para el cumplimiento de sus expectativas, de lo que esperaban, del agradecimiento (pago) que esperaban recibir por lo realizado (deuda). Los términos económicos no se dicen por cortesía, pero el capitalismo ha calado tan hondo en nosotros que recita sus palabras en nuestra mente aunque nuestra boca diga otras. Hasta las expresiones más puras obedecen a su lógica y contagian los sentimientos profundos con la superficialidad de un contrato que aunque tácito, condiciona a las dos partes y permea sus conductas.
¿Hasta dónde? Hasta aquí hemos llegado.

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